
¿Sabías que Bolivia, uno de los cinco países más pobres de América Latina, tiene una de las poblaciones más emprendedoras del mundo?
Es un dato interesante, sin embargo a primera vista paradójico. ¿No es que a mayor actividad emprendedora, mayor el número de empresas y mayor el número de empleos que se generan en un país? ¿Y por lo tanto mejor la situación económica del mismo?
La respuesta es naturalmente que si: la cultura emprendedora es uno de los motores clave del crecimiento económico y del progreso de cualquier país. Sin embargo, al momento de medir esta actividad es importante diferenciar los tipos de emprendedores que genera una sociedad, y no ponerlos a todos en una misma bolsa. El tipo de emprendedor que caracteriza a un país en vías de desarrollo como Bolivia, es sobre todo un emprendedor de subsistencia. Aquel que ante la ausencia de posibilidades de empleo debe ingeniárselas para generar su ingreso cotidiano, impulsado por la necesidad de sobrevivir el día a día.
Tanto la madre que vende golosinas o refrescos en su puesto improvisado en las aceras de alguna calle, como el joven que brinda servicios de lustrabotas, o aquel que alquila llamadas de teléfonos celulares en los embotellamientos de automóviles, ha probado tener la capacidad de crear un nuevo servicio o producto. Y merece todo el crédito por ello. Y el hecho de que un país como Bolivia tenga muchísima gente ingeniosa, decidida y batalladora como ellos debería ser enormemente alentador.
Sin embargo, la mayor parte de este tipo de emprendimientos no son sostenibles por si solos; ni constituyen una promesa de crecimiento. Se caracterizan más bien por su extrema precariedad y vulnerabilidad. Dada la fuerte competencia, no admiten la más mínima acumulación. La gran mayoría no llega a generar empleos ni paga impuestos; y simplemente van a formar parte de un sector informal en permanente adecuación y adaptación.
Estos emprendedores, a pesar de ser dueños de su propio “negocio” y de haber tenido la determinación y la energía de haberlo crearlo de cero, no se adecúan exactamente al perfil que la mayoría de nosotros asociamos cuando nos referimos a un “emprendedor”: alguien con sentido de propósito, con una visión definida, y capaz de articular recursos en torno a sus ideas. Aquel que impulsa una economía y la alimenta con ideas innovadoras; con una estructura y aspiraciones distintas. El innovador con expertise, quien tuvo la capacidad de juntar recursos en su momento para generar un negocio nuevo, venciendo las adversidades no solo con determinación sino también con estrategia. Es por este emprendedor, tal como lo conocemos nosotros, que está al acecho de la oportunidad, por quien nosotros apostamos con nuestros programas de financiación y apoyo a emprendedores.
Queda, sin embargo una tarea pendiente. ¿Cómo se puede aprovechar, de la forma más positiva posible, aquel derroche de energías, de ganas, de imaginación y de determinación que exhiben cientos de miles de individuos en todas nuestras sociedades, para lograr sumarlas al esfuerzo de construir una sociedad mejor? Da para pensar, investigar y finalmente imaginar y proponer...