Si uno le habla a un pequeño productor agropecuario sobre mitigación y adaptación al cambio climático, refiriendo a procesos graduales con rangos de tiempo de 100 años, señalando aumentos de temperatura muy escalonados, lo más probable es que no logre abordar la verdadera dimensión del problema, ni mucho menos entender que gran parte de la solución está en sus manos. Es difícil pronosticar el impacto que el cambio climático tendrá en el transcurso de nuestras vidas, sin embargo hoy sabemos que estos productores son piezas fundamentales en materia de agricultura climáticamente inteligente.
Pero si le preguntamos a ese productor sobre la última sequía o la lluvia fuera de estación que provocó grandes pérdidas en su producción, es probable que conozca al detalle los eventos climáticos inusuales y que además tenga una idea relativamente precisa del daño sufrido. Es más, posiblemente tenga una idea bastante aproximada de algunas de las tecnologías que podría aplicar para disminuir su exposición a estos imprevistos. Un determinado sistema de riego, una semilla más adecuada a las condiciones específicas del suelo, una maquinaria más sofisticada que le permita levantar la cosecha antes de que caiga granizo. Pero la adopción de estas innovaciones requiere financiamiento. Y en una instancia previa, para saber qué tecnología aplicar, es necesario contar con asistencia técnica. Finalmente, es fundamental contar con acceso a mercados para poder colocar la producción y poder pagar el crédito.
En Argentina, como en la mayoría de los países latinoamericanos, hay grandes productores con acceso al crédito que pueden costear maquinarias agrícolas sofisticadas, que han logrado desarrollar modelos productivos altamente eficientes, principalmente en la zona pampeana, y que tienen acceso a mercados internacionales. Y hay pequeños productores, cuya problemática se caracteriza por la carencia de las condiciones previamente mencionadas.
Este es el caso de los pequeños productores de San Juan, la provincia argentina con mayor producción semillera del país. Esta región tiene un clima desértico, con un régimen de lluvias escaso y suelos no contaminados muy propicios para la actividad. Sin embargo, hace años que se siembran las mismas variedades de semillas aromáticas, hortalizas, legumbres y frutales en una superficie agrícola reducida, producto de la presión demográfica sobre las zonas irrigadas y una estructura productiva parcelaria minifundista. Los pequeños productores, en el mejor de los casos, aspiran a recibir un aporte no reembolsable (ANR) de parte del Estado para costear una mejora tecnológica. Pero el acceso a la banca privada les queda todavía muy lejos. No cuentan con historia crediticia, ya que parte de su actividad es informal y la tenencia de la tierra no siempre es legal.
¿Cómo convertir a estos pequeños productores en sujetos de crédito?
Ese es el desafío del proyecto que se está diseñando actualmente de la mano del Banco Credicoop, cuya cartera está constituida en un 70% por pequeñas y medianas empresas, y que aún atendiendo al sector más vulnerable, tiene la menor tasa de morosidad del sistema en Argentina. Es una apuesta que entiende que la bancarización y el acceso financiero pueden ser grandes apalancadores y generadores de conductas de gestión, y en este caso, lograrán un impacto potencialmente escalable a otras regiones del país en materia de agricultura climáticamente inteligente.
Teniendo en mente las carencias que enfrentan estos pequeños productores, se está trabajando en 3 líneas paralelas:
1. Desarrollo de paquete tecnológico de la mano del sector de I+D (INTA, entre otros) para la adopción de tecnologías y prácticas de mitigación y adaptación al cambio climático, y capacitación a pequeños productores para que se puedan apropiar de estos instrumentos.
2. Desarrollo de una línea de créditos “verde” especial para pequeños productores, con el objetivo de financiar la adopción de estas nuevas prácticas y tecnologías.
3. Desarrollo de nuevos clientes y mercados de manera de poder colocar el incremento de la producción, y coptar parte de ese ingreso extra para el repago del crédito verde.
De ser exitoso, el Banco Credicoop tiene gran potencial de escalamiento de este producto al resto del país, donde tiene presencia indiscutida atendiendo al sector de Pymes y cooperativista. Por otro lado, la división de RND (Environment, Rural Development Disaster Risk Management Division) del BID ha resaltado la necesidad de facilitar acceso a la banca privada para los pequeños productores que tradicionamente han sido sujetos de aportes no reembolsables.
Dinamizar este sector, proveyendo paquetes tecnológicos a su medida, financiando la incorporación de nuevas tecnologías y modelos de producción y comercialización en una zona puntual de la Argentina puede ser un pequeño paso hacia una gran solución. El FOMIN tiene la oportunidad, como laboratorio de innovación, de aportar esta pequeña dosis de solución al gran problema del cambio climático.